Hoy estaba la mañana como a mí me gusta: plomiza, húmeda y ligeramente fría. No sé por qué me gustan los días tristones, porque yo procuro ser todo lo contrario, pero la verdad es que a mí me animan un montón, me dan mucha energía. Vuelvo a casa fresca, renovada y dispuesta a pelearme otra vez con las palabras; pelea que, por supuesto, ganan siempre ellas, porque son muchas más. Pero a veces les doy pena y me dejan pensar que las he dominado. Deben de pensar que soy un poco tonta, y no van muy desencaminadas.
Me gusta salir muy temprano, porque cuando llego a los campos parece que los estoy estrenando yo. No suele haber gente, y parece que aquel pedazo de mundo lo han hecho sólo para ti. Es una sensación agradable, se siente una importante. Hoy, además, estaba el mar en plan guerrero y se levantaban unos salseiros que te dejaban los labios saladitos. Una gozada vaya. Os lo recomiendo a todos.

Así estaba, poco más o menos, La Torre cuando llegué esta mañana. Mola, ¿eh? Aquello que se ve al fondo, por donde las Sisargas, es una tromba de agua. No se aprecia muy bien, porque mi cámara no da para tanto, y yo menos, que sólo sé apretar el botón, y malamente.

Y en esta playa de rocas se baña Fara, cuando el tiempo lo permite, claro, porque el hecho de que yo sea una loca no quiere decir que le deje hacer locuras a mi niña.
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