Salí de casa, muy de mañana, en compañía de mi máquina de matar, o sea, Fara. Avanzaba por el Paseo a la velocidad del rayo con Jamie Cullum en las orejas y enmimismada en mis mismidades -tonterías, mayormente- cuando me crucé con mi amiga Laura. "¿Adónde vas con semejante marcha?" "A la de siempre, Laura, a la de siempre. Ya sabes que soy una señora de carreras. Pero no me importa, porque, si me canso, allá en mi destino hay unos bancos muy cómodos, de diseño rectilíneo y elegante, y recupero fuerzas. Es de todos conocido que nuestro querido Concello no repara en gastos para hacernos la vida más agradable." Y continué. Más adelante me encontré al Rape y a la Juliana, que me hicieron parecidos comentarios, y después al Chico y a la Tola, que no fueron más originales. Yo tampoco lo fui en mi respuesta. Que les dije lo mismo que a Laura, vaya. El de Ring se abstuvo de decir nada, que ya le llegaba con mantener el equilibrio (es mayor y tiene un perro muy grande, ¿eh?, no vayáis a pensar lo que no es) y hoy el Cormorán cartero debía de estar de baja, que no lo vi, así que nada. Y así llegó el momento del presagiado cansancio y me dispuse a sentarme en el primer banco que me encontré.
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Y me dije: "No me he traído el machete filipino. Casi que me busco otro." Y allá me fui, en busca de un banco más accesible, que no requiriese tanto interés para llegar a él. (No se admiten bromas).
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El siguiente era este, pero reflexioné: "¿Y si me quedo dormida y me despierto atada de pies y manos? No, no, mejor otro, que tiene que haber más."
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Y sí, había otro, pero dado que desde el verano he engordado unos quilos, pensé que lo más prudente sería no intentarlo, y seguí caminando, todavía confiada.
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Para sentarme en este no necesitaba un machete filipino, necesitaba una desbrozadora forestal. Ni que decir tiene que desistí. Sabe dios qué clase de fauna salvaje habita debajo de tanta floresta.
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Y así me tuve que volver a casa sin poder sentarme y con la lengua fuera, que hasta ganas me dieron de hacer dedo.
No sé si denunciar al Concello por las taquicardias que me ocasionó. Me lo voy a pensar. No, a lo mejor lo denuncio por gastarse mi dinero en ajardinar un paraje de lo poco medio salvaje que nos quedaba en esta ciudad , y menos todavía si no pensaba mantenerlo. ¡Que no todo puede estar alicatado! ¡Que no se puede ir de tacones a todos los sitios! ¡Que a todos los que disfrutamos de estos campos nos gustan así, con sus tojos y sus caminos embarrados! ¡Don Concello, no nos toque la Torre, pora favor, que nos tiene a todos temblando con tanta supuesta mejora!
Ah, me olvidaba, tenemos elecciones a las puertas. Pues nada, tiraremos estos banquitos y pondremos otros, y lo mismo con papeleras, farolitas y demás mobiliario urbano, que seguro que tenemos algún amigo de mano que los fabrica. Esos hierbajos los sustituimos por tepe. Sí, eso que ponen en los campos de fútbol que se coloca en un plisplás y que cuesta un riñón. Pero bueno, con que esté bonito el día de la inauguración, ¡como sucedió en su día!
¿Vosotros veis lo que sufrimos los ciudadanos sensibles? Es horrible, de verdad. Seguiremos informando.
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