Cada seis fines de semana, juntando las misérrimas pagas semanales, Charito se tomaba un café en el Marineda, donde se reunía en animada tertulia lo más granado de la ciudad. Se sentaba en la discreta mesa de la esquina, para pasar desapercibida y poder observar, sin ser observada, como se desenvolvían en sociedad aquellas señoritas tan elegantes, de maneras tan refinadas. Pronto aprendió tan bien a imitarlas, que podría haber pasado por una de ellas. Sin embargo, su humilde vestimenta la delataba, y aquella gente no aceptaba desfavorecidos sociales. Convencida, al fin, de que aquella sociedad que tanto admiraba nunca sería la suya, decidió emigrar.
Cautivada por los carteles de las películas de la época que veía en el cine Hércules y de lo que de ellas le contaban las amigas -ya que dada su precariedad económica nunca se había podido permitir el entrar en ningún cine- decidió irse a Hollywood, a vivir del cuento, como todas aquellas bellezas rubias y morenas que tanto admiraba.
Tras meses de trabajo en los más humildes menesteres, consiguió ahorrar lo suficiente para pagarse un billete de cuarta a las Américas. Partió un día de invierno del muelle de pasajeros del puerto herculino. Su padre estaba haciendo horas extraordinarias en el cobertizo de canteros próximo a nuestro faro milenario. Su madre tenía que pasar lista a la numerosa prole, que no era la primera vez que se le despistaba alguno. Así pues, sólo fue a despedirla Neno Duro -su amigo del alma y secreto enamorado- quien, roto de dolor, agitaba el casi blanco pañuelo –cuando no lo tenía ocupado en otros menesteres que no vamos a mencionar aquí por razones evidentes-.
Charo se iba sin haber dejado nacer aquella historia de amor. Además, Neno era un muerto de hambre que no encajaba en sus planes, todo hay que decirlo.
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Restos del cobertizo de canteros donde trabajaba el padre de Charito.
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Ya en Hollywood, cada vez que le preguntaban su nombre y ella respondía: "Charo", los indígenas del lugar replicaban: "Sharon?". "No, no, Charo." Un día, ya harta de dar explicaciones, contestó: "Sí, Sharon", y para facilitar su introducción en el mercado angloparlante decidió también traducir el apellido. En fin, que había nacido Sharon...
CONTINUARÁ... (O no, ya veremos).
NOTA: leedlo rapidito que a lo mejor me lo cargo.