 La otra cara de la ciudad bella. Estos de la primera foto dormían así cada noche, con la muleta y la pata de palo apoyadas en la pared. En los ocho días que estuve nadie se las robó. Es la Plaza de Venecia.
La segunda foto está hecha en la misma plaza. Algún propietario de moto (de las varias decenas de miles que circulan por la ciudad) tomó esta papelera como inexpugnable fortaleza de su vehículo (que al parecer son más útiles, y da menos remordimientos robarlos que una pata de palo). La papelera, sin embargo, sólo fue la excusa para disimular mi objetivo: el hombre del fondo. No hay demasiados mendigos en Roma, al menos si la comparamos con Madrid. Pero es asombrosa la cantidad de locos que pueblan las calles. También ellos, pese a vivir en un mundo particular, tienen un punto muy inquietante en su mayoría: te miran como si lo supieran todo de ti. La ciudad en la que vives no es inocente nunca, ni siquiera cuando crees que tu reino es de otro mundo. Seguramente.
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