Hola, amiguitos tonicapertutteros. Hoy quiero dar testimonio de una experiencia magnífica que he tenido este fin de semana. Si me he animado a ofrecéroslo es para que no tengáis miedo de ir al dentista, porque el dentista es vuestro amigo.
Como bien sabéis, había pasado una semana horrible con una muela que me las hizo pasar canutas. Pues nada, el sábado me fui a mi dentista y me arregló la muela mientras me ofrecía buenas vistas al puerto de Ribeira y Ría de Arosa y alegre conversación. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sólo una cosita: que la muela sea buena y no vuelva a doler.
La gente me pregunta cómo, viviendo donde vivo, me meto 300 km para ir al dentista. Pues lo hago porque Sergio es mi dentista preferido y no me hace ninguna pupa, y Mª José (felicidades mañana) es mi enfermera preferida y me cuida y me mima, y los dos son amables, simpáticos y súper agradables. ¿Qué más se puede pedir? Yo nada, desde luego.
Y no pedía nada más, pero como fui tan buena y no lloré ni protesté nada y abrí tanto la boca, mi dentista amigo me regaló la preciosidad de concha que veis ahí abajo. La cogió -prestada, claro- en un islote que hay enfrente de Ribeira que se llama Areoso y que te transporta perfectamente al Caribe por su arena blanca y fina y sus aguas azules y transparentes. La concha no sé de qué es, porque está híper calcificada, la pobre. Si alguien lo sabe que haga el favor de compartir la información.
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¿Veis?, estos son los regalos que merecen la pena, porque son tesoros únicos e irrepetibles.
Pues ya sabéis, sed buenos e id al dentista por lo menos una vez al año. A ver si tenéis la suerte de tener uno tan bueno como el mío.
NOTA: Ah, el lorito (como dicen los gitanos del mercadillo) es para que tengáis una referencia del tamaño de la concha y para que no os preocupéis por mí, porque ya veis que aunque estemos a estas alturas del mes, aún que queda uno.
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