
Un día dejaron en mi buzón el anuncio de una inmobiliaria que vendía chalets en medio de ninguna parte, haciéndote creer que en realidad es el paraíso a "sólo" 95 minutos de Madrid. El texto decía algo referente a la sierra de Gredos. No había fotos de las casas en venta, pero sí otras que los publicistas consideraron que se identificaba plenamente con el edén prometido. Dos fotos. Una era de un risco visto desde abajo. Altísimo, pelado, de piedra cortante. Me produjo angustia, como si estuviera al pie del acantilado de San Andrés de Teixido y sólo tuviera el acantilado al frente y a mis espaldas una ola de 10 metros. No me imaginé un encierro peor. Pero sin duda a quien eligió la foto le parecía la viva representación de la alegre vida salvaje. La otra foto era del Taj Mahal. Un mausoleo. Anunciando una vivienda. Pero sin duda a quien eligió la foto le pareció la viva representación del hedonismo.
En este momento es la madrugada del viernes santo. La madrugá. Se recuerda de todas las maneras posibles (incluidas las representaciones más realistas) una muerte espantosa, y también lo único más espantoso que la muerte más espantosa: la muerte de un hijo. Pero seguramente no les parece nada de eso a los miles que ahora mismo (si la lluvia quiso retirarse, que no lo sé), le gritan “guapa, guapa” a la imagen de la madre dolorida que va tras la imagen de su hijo crucificado, llorando lágrimas de oro. Y si la lluvia no quiso retirarse, entonces alguien llorará de todos modos por no haber podido asistir a la fiesta y piropear a la guapa.
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