El disgusto que se llevó María porque su artículo de felicitación saliera "descolocado", y lo que a mí me gustó que así fuera, me recordó un cuento oriental que leí recogido por José Luis Sampedro (creo). Ya no tengo ese libro, sino lo copiaría. Contaré lo que recuerdo.
Un monje budista, jardinero del monasterio, se pasó días tratando de dejar el jardín en puro estado de perfección para el momento en que llegase la visita más esperada, la del sumo sacerdote (como quiera que se llame). Las flores estaban impecables, ni una sola marchita sobre los tallos. Los árboles podados, las ramas simétricas y vigorosas. El césped como una alfombra persa... Cada imperfección que la naturaleza proporcionaba, era inmediatamente corregida por el monje. Pero la hora en que la visita iba a llegar se acercaba, y el jardinero contemplaba su obra descontento. Algo estaba mal. El jardín tenía alguna imperfección. Lo sentía. Estaba seguro. Y no lograba verla.
Repasaba una y otra vez las ramas, la hierba, las flores...
El sumo sacerdote estaba entrando ya en el monasterio, y el jardinero sentía que no había alcanzado la perfección.
De pronto, una hoja se desprendió de un árbol y cayó despacio sobre el impecable césped. El jardinero corrió a recogerla... pero se detuvo. Ahí mismo comprendió que eso era lo que le faltaba al jardín. Una pequeña imperfección para que resultase perfecto.
Eso mismo le pasó a María. Organizó la salida de las felicitaciones "cronometremos nuestros relojes" para que yo me sintiera bombardeada con una bomba de racimo de ternura. Lo logró. Pero su racimo quedó desplazado.
Y a mi me pareció perfecto.
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