Pues sí, he llegado a la conclusión de que eso es lo que soy, una lunática, pero lunática perdida. Os cuento.
Este fin de semana estaba yo más risueña e hiperactiva de lo normal. Que todo me hacía gracia, vamos, desde el vuelo de una mosca hasta el contoneo garboso de mi Fara. Y para qué hablar de las caras de espanto de mi sufridor; con esas me moría de risa. Pero es que me reía hasta tal punto, que acabé con agujetas en la barriga.
Yo sabía que corría el riesgo de que el muchacho se cabrease seriamente, pero es que no podía parar. Y eso no fue lo peor. No me llegaba con escarallarme de risa de todo lo que me rodeaba, que aún encima me salían las chorradas por la boca a borbotones, atropelladamente, sin darse paso unas a otras.
En fin, que así pasé dos días, feliz como una inocente, sin saber la causa de tal estado. Porque, vale, hacía solito y se estaba muy bien, pero ¿sería para tanto?
El lunes, repasando las fotos del fin de semana, vi una que me dio la clave de mi estado de locura transitoria. ¡La responsable de mis risas y desvaríos había sido esta cacho luna que había en el cielo, iluminándolo todo!
Que dios la bendiga, que yo me lo pasé muy bien. Y mira, que me quiten lo reído.
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