No es que el cartel diga exactamente la verdad, porque exactamente de diseño
no parece la tienda. Pero el diseñador del mismo ha escrito lo que le han
mandado, y ha tenido al menos el buen gusto de conservar la línea de la época del edificio
(Madrid de los Austrias + bajos comerciales modernistas). Y eso, merece un
respeto. ¿O no?
Imaginaos la cara del diseñador viendo en qué ha quedado su elección de
impecable rojo carruaje, de cristalitos simulando vidrieras artesanalmente
coloreadas, de venga de medir para centrar el texto, que se cumpla el gran mandamiento, o sea, que se vea bien, que se vea, que se vea, que no
tropicen las letras, que conserve el estilo...
¡Criatura!
Peor aún será la cara del tipo que diseñó este monumental reloj en la
estación de Príncipe Pío. Modernísimo, grandísimo, que los viajeros sepan si
llegan a tiempo al trabajo sin tener que consultar el móvil (ya nadie lleva
relojes de pulsera) ni escrutar la estación entera a la búsqueda de un relojito
colgado a 10 metros
del suelo. ¡Ciudanos de Madrid, compatriotas, aquí está vuestro diseñador
cumpliendo por fin vuestros sueños!
Para que luego...
¿Era necesario poner ahí esa papelera, por Dios?
La foto abarca lo que abarca. Aún así se aprecia que sitio para poner la papelera,
haberlo haylo. ¿O no? Si alguien lo duda, que se pase por la estación y cuente
los miles de metros cuadrados disponibles para tal contingencia. Tantos, que
por un momento, mientras no llegaba el tren, me relamí creyéndome constructor
marbellí... etc.
Para que luego...
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