Menuda gente.
Cada vez que veo a esta niña me parece estar viéndome en un espejo varias décadas atrás. Nos parecemos. Creo yo. Alguna razón biológica hay.
Yo no tenía casita de plástico, pero sí una palleira redonda de mimbre, elevada medio metro del suelo, que convertí en mi casa de muñecas. Bueno, muñecas... no exactamente. No tenía. Así que me monté un ultramarinos donde yo era la tendera y los clientes. Las hojas redonditas de los salgueiros eran las monedas. Las flores de las quierugas el arroz. Etc. Nunca vi otra palleira igual, ni hablé de ello con nadie, pero ahora que os lo cuento creo que debía de ser algo así como el hórreo de los pobres con ingenio.
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