Esta podría ser la foto de la boda de los padres de Caqués, hace justo 50 años. Misa tridentina y foto en blanco y negro.
La Iglesia católica evoluciona (?) lentamente. Quinientos años de rito inalterado celebrando de espaldas a los fieles y en un idioma que hacía dos veces quinientos (al menos) que ya nadie entendía.
Pero un día, por fin, llegó el comandante y mandó a parar. El consejo de sabios se reunió en el Vaticano (segundo) y el rito se hizo más próximo. Albricias. Nunca es tarde si la dicha es buena.
Unos cuantos nostálgicos, sin embargo, siguieron erre que erre con su misa en latín con cura dando la espalda. Eran unos... insumisos, digamos. El amenazante germen de un cisma.
Y llegó otro comandante y mandó a parar. Había que quitarle los argumentos a los cismático-nostálgico-retrógrados. ¿Cómo? Dando dónde más duele: con una patada en los ritos. Así se quedarían sin bandera. Seique.
Y el audaz comandante Benedito (así suena su nombre en cierta esquina noroeste) fue hasta el infinito y más allá en su táctica: si el gran símbolo de una victoria en el campo de batalla es apoderarse de la bandera del enemigo, él iba a vencerlos dos veces: les arrebataba la bandera ¡y la colocaba en la torre de su propio castillo! Con un par.
Esto es: decidió que si 30 fieles lo pedían, podían celebrar su rito por el antiguo rito que tanto irritaba (alomojó) a algunos.
"Hala. Ya le hemos ganado la partida a esos despreciadores de las normas de su propio club, que además son unos incomunicadores natos", se están diciendo en el Vaticano y sucursales. He aquí la prueba. Roma 2007:

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