. . . Qué, ¿dan o no dan ganas de comérselo? Ni naranjas ni salpicón de marisco ni nada.
Yo me contuve porque me había salido tan bonito que me daba la pena estropearlo a mordiscos, que si no, con aquellos dedos como gambitas que tenía, aquellas rollitas y aquellos mofletes no hubiese quedado de él ni el ADN.
Ahora sigue igual de guapo o más, pero ya no es de mamá. Qué se le va a hacer, ley de vida.
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