Incluso llevando una vida retirada y enclaustrada se viaja sin parar, oigan. Hace dos días le di un meneíto a varias estanterías, porque necesitaba hueco para nuevos inquilinos (cuatro mamotretos que son el temario de un curso que tengo en curso). Retiré (con todos los honores y las medallas por los servicios prestados, eso sí) un diccionario enciclopédico kilométrico. Pasó de mi frente a mis espaldas, porque la señora Wikipedia le arrebató el puesto hace mucho. Pero ahí están, cerquita, por si algún día vuelven a ser tan imprescindibles como antes.
El caso es que en el proceso de reubicación me encontré cosas que había olvidado que tenía. Una de ellas es el libro que os presento (escrito por una psiquiatra francesa). Que en sí mismo (como objeto concreto) tiene una historia, que os cuento: un día de hace unos tres años me fui a comer con... es que no sé cómo llamarla, porque en esto de la publi oficial no acabas de saber quién es el cliente y quién... bueno, llamémosle una colaboradora externa. Una chica briosa, divertida, eficiente, guapa, cuyo nombre no recuerdo. En medio de la charla se filtraba un asunto personal suyo bastante chungo. Un asunto de acoso por parte de su expareja. Siempre me sorprendo cuando oigo hablar del "perfil del maltratado" con una ignorancia y un desprecio infinito por parte de quienes clasifican sin rigor estas lamentables situaciones y a sus protagonistas. Suelen referirse a la víctima como gente pusilánime, y, al describirla con falsa compasión, en realidad parece que quieren transmitir el mensaje de "se lo merece". Es una crueldad añadida que esas víctimas han de soportar. Crueldad que deriva, mayormente, de la insensibilidad y la estupidez del que así califica. Esta moza no tenía un solo rasgo aparente que la colocara en la posición de "victimable", pero lo era, y en qué grado, a nada que leyeras un poco entre líneas, más aún que las líneas mismas. Estaba en proceso de entenderlo, de entenderse, y llevaba su dolor con una dignidad asombrosa.
Al despedirnos, en la calle (yo me volvía a pie, ella cogía su coche), me gritó: "¡Espera!". Volvía atrás, y vi un libro (éste libro) saliendo por la ventanilla. "Para ti", me dijo. Yo mascullé un "pero no, no me dés...". Ella, ya maniobrando su 4x4 dijo: "tengo otro". Yo pasé las páginas (¿habrá alguna palabra que describa el acto de pasar las páginas en plan acordeón, rrrssss?; si no la hay, que alguien la invente, por favor) y vi cantidad de subrayados y también signos de admiración al lado de algunos párrafos, y le dije. "Pero es que lo tienes subrayado, y...". Ya se iba y gritó: "El otro aún lo está más. Quédatelo".
Nunca más la volví a ver, y seguramente no la recordaría si no fuera por esta despedida estrambótica aunque sugerente. Ahora pienso que me encantaría volver a encontrármela y saber cómo le va.
Recuerdo que ese día le eché un ojo al libro, y que me pareció ver perfectamente retratadas muchas situaciones que todos vimos. Por lo que sea acabó enterrado entre otro montón de olvidados, y anteayer reapareció. Anoche lo estuve hojeando. A mí me resulta bastante molesto leer libros subrayados, sobre todo si los subrayaron otros y muy especialmente si lo están profusamente, pero aún así me enganchó un buen rato, porque contiene evidencias que, pese a serlo, rara vez forman parte del argumentario de las víctimas, de quienes deberían apoyarlas, o mucho menos, claro, de los agresores. El libro trata fundamentalmente dos tipos de acoso: el que se produce en el ámbito personal y el que se produce en el ámbito laboral. Os copio en desorden, algunas frases, mezcladas, según las vaya encontrando entre los subrayados:
· Existen individuos que tapizan su trayectoria con cadáveres o muertos vivientes. Y esto nos les impide dar el pego ni parecer totalmente adaptados a la sociedad.
· La negación de la comunicación directa es el arma absoluta de los perversos.
· Los perversos son incapaces de imaginar que alguien pueda no mentir.
· En lugar de mentir directamente el perverso prefiere utilizar un conjunto de insinuaciones y de silencios a fin de crear un malentendido que luego podrá explotar en beneficio propio.
· Las víctimas, al principio y contrariamente a lo que los agresores pretenden hacer creer, no son personas afectadas de alguna patología o particularmente débiles. Al contrario, el acoso empieza cuando una víctima reacciona contra el autoritarismo de un superior y no se deja avasallar. Su capacidad de resistir a la autoridad a pesar de las presiones, es lo que la señala como blanco.
· Los compañeros envidioso son los que llevan a cabo el trabajo de desestabilización, con lo cual el verdadero agresor puede decir que no sabe nada del asunto.
· Cuando la agresión proviene de algún superior, la víctima designada termina por quedar privada de toda información.
· El objetivo de un individuo perverso es acceder al poder o mantenerse en él –para lo cual utiliza cualquier medio-, o bien ocultar su propia incompetencia. Para ello necesita desembarazarse de todo aquel que pueda significar un obstáculo para su ascensión, y de todo aquel que pueda ver con demasiada lucidez sus modos de obrar.
· La originalidad y iniciativa personal molestan. Los entusiasmos y las motivaciones se desbaratan negando la transferencia de responsabilidades y la formación.
Existen varias maneras de deshacerse de un empleado molesto al que no se le puede reprochar nada:
- se reestructura su departamento de forma que su puesto de trabajo quede suprimido: se le despide con una indemnización económica;
- se le asigna una tarea difícil y se investigan sus puntos débiles hasta que incurre en una falta grave que puede constituir un motivo de despido;
- se le maltrata psicológicamente con el objetivo de hundirlo y de forzar su dimisión.
· Si la víctima reacciona, aparece como la generadora del conflicto. Si no reacciona, permite que la destrucción mortífera continúe.
· Al que no es perverso le resulta imposible imaginar de entrada tanta manipulación y tanta malevolencia.
Para desenmascarar a su agresor , las víctimas intentan ser transparentes y justificarse. Cuando una persona transparente se abre a alguien desconfiado, es probable que el desconfiado tome el poder.
· La víctima muestra una capacidad de perdonar y una falta de rencor que la colocan en una posición de poder. Para el agresor esto resulta intolerable, pues señala la facultad que tiene la víctima de renunciar a su derecho a rebelarse: "ya no me apetece jugar contigo". El agresor se siente frustrado. Su víctima se convierte en un reproche viviente, lo que lo conduce a odiarla todavía más.
· Cuando las víctimas empiezan a nombrar lo que han comprendido, se vuelven peligrosas. Hay que usar el terror para hacerlas callar.
· Las capacidades de resistencia de un individuo no son ilimitadas, se desgastan con el tiempo y conducen al agotamiento psíquico... aparecen entonces trastornos que pueden resultar más duraderos... A los agresores, todos estos trastornos les sirven para justificar su propio acoso.
En fin. Espero que esto sirva para que, al menos, estemos alerta para saber reconocer alguno de los muchos casos que sin duda tenemos cerca (porque son muy habituales) y poder echar una mano.
Otra cosa: al hacer la foto de la portada del libro para este artículo, descubrí otra cosa: la foto de fondo es la de una mujer. A la vista ni me había percatado. Es una foto desenfocada y creí que era una especie de círculo abstracto. Cuando vi la foto en pantalla, y reducida, es como si hubiera emergido una cara de Bélmez... Y es que el ojo mecánico a menudo es más certero que el propio. Bueno, quería decir: que aunque la foto es la de una mujer, y que las mujeres son, por circunstancias múltiples y variadas, la mayoría de la sección "víctimas", todos conocemos casos en que las víctimas son los hombres. Víctimas de otros hombres o de mujeres. Que lo perverso no tienen fronteras de ningún tipo.
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Nota del día siguiente: Hay dos géneros literarios que no me interesan nada. Manías personales. Uno son las biografías (ya sé que hay vidas muy interesantes, pero esas prefiero conocerlas. Puestas en un libro sólo me interesan si están muy bien escritas, y el interés entonces está en esto último. Y casi nunca es el caso). Otros son los libros de autoayuda. Aunque este que os presenté ayer no es exactamente eso, porque recetas no da, tiene ese aire. Cuento esto por lo siguiente: porque anoche me encontré a mi hijo en el Messenger y tuvimos una jugosísima y larga charla (anda hasta arriba con su espectáculo de fin de carrera y es difícil encontrarlo sin que salga corriendo para algún sitio. Anoche ambos apuntalamos los párpados y nos lo pasamos pipa). Le dimos un repaso al mundo, propio y ajeno. Salió la conversación de este libro que acababa de leer y también el por qué no es un género que me gusta. Me pidió referencias de él, le copié algunas de las frases que aquí os puse, e hice mi típico razonamiento. Es decir, que normalmente están mal escritos (no es el caso, dentro de su género) y qué nunca supe para qué sirven en realidad. Y (nunca acaba una de aprender), mi hijo me dijo que es evidente para qué sirven: para darles ideas a los perversos, y que no cometan un solo error en sus planes. Y yo me sentí muy feliz por dos cosas: a saber: primera: tengo un hijo más lúcido que yo (o con más humor, o con más ironía, o todo junto), y segunda: tengo una duda menos sobre el mundo y sus pompas y sus obras.
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