"El pobre burro sabía que era el último de su especie, lo que suponía mucha sabiduría para un sólo burro, de ahí su nombre: Resabío.
El animal ejercía de oráculo de la época para las mentes embrutecidas de los gobernantes. No había un solo político que no le consultase en periodo de campaña electoral. Era muy popular entre los consultantes, los cuales solían hacerle regalos y cubrirle de collares de flores todos los meses de mayo de los años que coincidiesen con un clima especial llamado primavera.
El gobernante que ganaba las elecciones se llevaba a Resabío a vivir con él a palacio, en donde le colmaba de todas las alegrías imaginables durante al menos cuatro años.
Resabío tenía muchos amigos, los gobernantes no lo eran, tan solo le utilizaban en su beneficio. Entre su gran lista de amistades destacaban Cronopio, Alfatercio y un tal Rocinante. Del rucio no quería saber nada, porque lo consideraba un burro. También estaba Platero, al que conoció durante la época en que trabajó de taxista en Mijas, un precioso pueblo de Málaga, en la desaparecida costa de España. Aunque, la verdad, a Platero le tenían un poco de tirria por eso de ser pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón. El niño bonito de las señoras, vamos. Es que la envidia siempre ha sido muy mala. Tan mala, tan mala que ese mal sentimiento diese lugar a que entre el bueno de Platero y su amigo Roci, le echaran una maldición gitana, de la que daremos cuenta más adelante.
Aunque vivieron en épocas diferentes, todos ellos poseían el don de los pequeños y humildes: la teletransportación. Con este poder conseguían reunirse en un punto del noespacio-notiempo y junto con un montón de iguales, hacían unas fiestas increibles a base de chocolates, mermeladas y otros dulces alimentos, fabricados por las hacendosas xanas. No obstante, Resabío se cuidaba, porque sabía que los excesos, tarde o temprano, pasan fectura, y no quería que aquella pancilla coquetuela se convirtiese en un panzón seboso. Sin embargo, durante algún tiempo hubo de mantenerla lustrosa debido a que en el casting para "Shrek" no admitían burros flacos.
Tan listo era Resabío que lo que él rebuznaba iba a misa; junto con el resto de los feligreses, claro. Los feligreses no rebuznaban, pero tampoco se les entendía mucho lo que decían. Hablaban en latín. Entre ellos no, por supuesto, lo hacían en vernácula; pero en la iglesia todo lo decían en esa lengua impuesta por aquel jefe capado -con capa- y tocado con un sombrerito ridículo, de nombre parecido al de un personaje de dibujos animados. Aquél que les obligó a hablar de tal manera ininteligible para nosostros ahora, lo hizo allá a principios del siglo XXI; dicen las crónicas que por la misma época en que -en el Vaticano- comenzó la promoción de la feria del cocido de Lalín a escala planetaria.
Un día el burro murió y el ayuntamiento declaró tres días de luto oficial para poder llorar a gusto, sin que el vil trabajo lo entorpeciera o entorpeciese, la muerte de su hijo más distinguido. Un poeta local le dedicó estos lindos versos:
"Loor a Resabío, de príncipes y papas consejero. Si habitara en un mundo de ciegos, el rey, por tuerto, sería. En un mundo de asnos vivió y como el último burro murió." (by Er Bardo Mero)
Pero a la altura del cuarto verso, el compungido y lloroso gentío empezó a notar un temblor de tierra. Todos creyeron que era una réplica. No una réplica de un temblor anterior, no. Una réplica de lo que pasó cuando murió en la cruz el pobre jefe del señor capado, que disque la tierra tembló y los cielos se abrieron y se rasgaron no sé qué trapitos de no sé qué templo. Pero no. No era ni una cosa ni la otra. Era Resabío removiéndose en su tumba. Y para cuando el Bardo Mero -propietario, además, de un restaurante marisquería en Monte Alto- terminó de leer el último verso... el gentío -reunido en la plaza del pueblo- observó con estupor cómo ascendía hacia el cielo, con algodonosas alas sobre su lomo y una hermosa crin plateada, un Resabío nuevo, que ni tuerto estaba. (De estos hechos aquí relatados proviene la famosa frase, que ha llegado hasta nuestros días: "mira, un burro volando").
Nuestro amado burro se dio unas vueltas sobre las cabezas de sus vecinos, comprobando el grácil batir de sus hermosas alas y moviendo al viento su crin. En cuanto comprobó el buen estado de sus nuevos adminículos, descendió para explicarles la mutación que se había producido en él.
Les contó que hacía mucho tiempo, se había dejado llevar por el mal sentimiento de la envidia y como consecuencia de ello, había provocado que una maldición gitana cayese sobre él. Por esa maldición debería reencarnarse -y una protuberancia iba asomando y creciendo en el medio de su frente- eternamente en las más variadas criaturas de la realidad y de la norealidad hasta alcanzar la perfección. Mientras esto les contaba, fue cambiando de color y convirtiéndose, ante la mirada atónita de los oyentes, en un grandioso unicornio azul, que alzó el vuelo para siempre. Cuenta la leyenda que volotrotó hasta islas desconocidas para nosotros, ya que desaparecieron en la era del petróleo y el cambio climático, hace miles de años, bajo las aguas provenientes de los deshielos glaciares. Recientemente, en una de nuestras arriesgadas misiones desde nuestro planeta a la Tierra para conocer los orígenes de la humanidad, se han rescatado del fondo del océano unos pequeños discos que podrían demostrar la existencia del unicornio azul. Así que Resabío tuvo ocasión de acumular experiencias y sabiduría a lo largo de sus numerosísimas vidas. También había sido Rey en Egipto, en donde se hacía acompañar de su perrita sagrada Faraona (más conocida como Fara) ...
(Continuará ... o no, ya veremos)
|