Sí, amigos. Mi camaruca defuncionó definitivamente. La última foto que hice tenía de prota al Presidente. Al presidente de España. No quiero ni pensar qué hubiera pasado si el retratado hubiera sido el de Italia. Me hubiera estallado en las manos, seguro.
El caso es que ayer os adelantaba esta triste información -la de la cámara caput- en un comentario al último artículo del Boss, y él me decía: "¡Home, no me j...! Es broma ¿no?. Pero... ¡no puede ser!. Compra otra, pídela prestada, róbala... piensa en nosotros."
Consideré detenidamente las tres opciones, muy especialmente la tercera, y... bueno... que no me atreví. Pero, ¿cómo no considerar la orden final, viniendo del Boss? "Piensa en nosotros, piensa en nosotros, piensa en nosotros..."
Últimamente mi vida parece una noche de Reyes. Llena de espectativas maravillosas. Una noche de Reyes en una casa pobre, he de añadir (así que id sacando conclusiones). Sin embargo mi naturaleza es de suyo optimista, y de mis labios no oireis jamás aquello de "¿y si me quitan lo bailao?".
Total: que, aunque los sueños de la noche de Reyes, los sueños en la penumbra con los párpados apretados para retrasar el amanecer (que viene a devaluarlos casi siempre), acaben siendo sólo pasado, baile y sueño, fiebre y lanza, viento y sueño y adiós, yo digo, como Séneca, "Vixi et quem dederat cursum fortuna peregi" (que mi antigua alumna de latín, hoy espuma de ola y famosa políglota de lenguas no sólo muertas, haga la traducción; deberes que le pongo 28 años después).
Pero me estoy desviando ("é que nós, cando falamos, perdémonos por todo-los carreiros", me dijo una vez Luis Iglesia. ¿Luisiño, corazón, donde coño estás, por cierto, que ya me apetece perderme un poquito por un carreiro, que hace tanto que no hablamos que ya las silvas deben habérselos comido?). La cosa es que, ¡justo ayer!, después de la recomendación del Boss, cayó en mis manos una parte de un archivo fotográfico de un amigo, un ser bastante especial, un talento de esos perdidos o no encontrados que, a falta de ser encontrado por muchos (que sería lo deseable y lo justo), lo he encontrado yo. Y me dije: robar una cámara, no. No me atrevo. Pero.... ¿y si le robo alguna foto a Pedro? Lo iba a hacer directamente, con nocturnidad y alevosía (ya luego se lo diré, pensé, y si se molesta retiro el artículo). Tampoco me atreví. Así que le puse un e-mail y le pedí permiso. Me contestó esta mañana. ¡Premio! ¡Me da permiso para hacer lo que me dé la gana con sus fotos! Y, lo que me da la gana, en este momento, es publicarlas aquí. Algunas, claro. Tengo sólo unas pocas de los muchos miles que están en su archivo.
Si los Reyes no se portan como dios manda (y parecen bastante díscolos), tardaré en tener otra cámara. Pero como todo tiene su lado bueno, así tendré la oportunidad de hacer una de las cosas que más me gustan: imaginar mundos a partir de imágenes que vieron otros ojos. Que es mejor que hacerlo con las que vieron los propios, porque son dos mundos los que imaginas. La cámara no es más que un espejo, y a cada lado de él hay dos universos.
Nota: Esta foto fue tomada en 1969, en un pueblo de Zamora, y su título es el título de este artículo.
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