Ella se sueña a sí misma. Es modelo, y por eso todos se creen que la sueñan otros. Otros se creen que la sueñan ellos. Y eso la protege. La vanidad de otros, la protege.
La noche pasada soñó un sueño repetido. Podía volar. Nunca muy alto. Sabe que puede, pero aún teme coger demasiado impulso y no saber bajar después, quedarse para siempre con un mar de nubes a los pies. Como cuando era niña y subía cada vez más alto el columpio, hasta que la emoción era sustituida por el pánico y dejaba de impulsarse cuando temía dar la vuelta a la barra y estrellarse. Nunca antes, ni un segundo antes, ni un centímetro antes. Sólo cuando las cadenas empezaban a perder la tensión y con ella el control. Sueña que vuela, y en su vuelo mágico pero casi rasante hay siempre dos tipos de espectadores. Los que la contemplan admirados y los que estiran los brazos para atraparla y aterrizarla. A los primeros ella les explica que es fácil, solo hay que hacer así "vuuum" y dejarse despegar del suelo. Los segundos son siempre mujeres vestidas hasta los pies, de negro. Nunca conocidas, siempre distintas y siempre iguales. Como versiones del ama de llaves de Rebeca.
Hoy, ya despierta, sueña ser la mujer de negro. No más lecciones a admirados espectadores, no más peligro de cruzar el mar de nubes para no volver, no más elevarse unos centímetros del suelo para esquivar al ama de Rebeca, a la parte más oscura de sí misma.
La parte oscura decide brillar en el espacio que hoy le han elegidos las vanidades de otros. Un espacio de techos bajos, inclinados, inquietantes, cuyas medidas hay que aprenderse bien para no estrellarse. También aquí, ella no lo sabía, hay peligro de estrellarse. No como en el columpio, no como en los sueños dormida comos si rebasara el mar de nubes. Aquí no falla el suelo bajo los pies. Es el propio cielo el que ha descendido para impedir que avance, para romperle la cabeza si no la inclina.
La ventana. La promesa de cielo y de mar de nubes. Pero hay un guardián. Pintado por Kafka. O pintado por Wells. Ella se gira y medita un instante qué clase de guardián es. El guardián del Proceso de Kafka cierra para siempre las puertas del castillo desde fuera. El guardián del Proceso de Wells cierra las puertas del castillo desde dentro.
Pero Joseph K. estaba fuera. Ella en cambio está dentro. El guardián de dentro cierra la huida, cierra la ventana, cierra el vuelo. Ella se gira. Quiere avanzar. El guardián no la detiene porque sabe que sus piernas han querido, pero también sabe que se detendrán enseguida. Aún la observa un instante intentando entender por qué ese afán de volar si ya decidió vestir vestido negro hasta los pies. Otro guardián con tres ojos, que antes fue cíclope, la observa ahora. Ella lo mira intentando comprender por qué la mira. Él consigue detenerla, congelar su vuelo apenas iniciado. Ya para siempre parece que flota. La Reina de las fichas con el paso cortado y el vuelo suspendido por los alfiles afilados.
A su derecha, la cabeza fosilizada de un hombre decapitado vigila el camino de ajedrez que hay entre ella y el cíclope que ahora tiene tres ojos.
Ella aún no lo sabe. Pero pronto sabrá que a su izquierda está la única salida. La cajita de cenizas de los sueños en los que se soñaba a sí misma. En los que había un mar de nubes a sus pies.
Notas y agradecimiemtos: la foto, de 1977, se la debo a Pedro. La idea del palíndromo se la debo a Javi. La idea de lo incomprensible o inaprensible se la debo a Kafka. Las notas sobre el palíndromo kafkiano, y los desagradecimiemtos sobre él, os las debo a los comentaristas (aunque no pienso decir aquí lo que opinaba el propio Kafka de los comentarios a los textos). ¡Adelante, mis valientes, con la espada y con la frente!
|