Esto del sueño es un misterio. ¿Para qué servirá, en realidad? ¿Por qué hemos de pasarnos un tercio de la vida desconectados? (me refiero al sueño de dormir, no al sueño de soñar).
Algunas mañanas de sábado me levanto a las 7 (hoy fue una de ellas) y nunca jamás consigo acostarme el viernes a una hora decente, así que los sábados como éste soy una réplica de cualquiera de estas dos mozas el día entero. No es nada consolador no ser la única. El metro o el autobús están llenos de gente bostezando. Dentro, en los andenes, en las paradas. Está claro que nadie renuncia a sus noches locas de viernes, te espere lo que te espere a la mañana. Luego, cinco horas sentada en una silla incomodísima de la que, por supuesto, me cuelgan los pies. Casi me alegro, porque eso me impide dormirme. Estoy rodeada de veintitantas personas con los pies en el suelo ¡que cabecean sin parar mientras un señor o señora cuenta cosas sesudas! Hoy, no sé si será la lluvia, era impresionante el panorama de compañeros haciendo la ola con los bostezos toda la mañana. Y me acordé de esta foto. Y también de cuándo doblaba al pitufo dormilón (que siempre hablaba bostezando) y del cabreo del técnico, que se contagiaba de los bostezos y no había mañana que no abriera el micro y se oyera en toda la sala su voz cabreada: "Cómo tengo que pedir que no convoquéis a Teresa a las 8 de la mañaaaana!" (escena siempre seguida por aquí la menda haciéndole una reverencia agradecida... e inútil). Hoy, en la clase mañanera, me hubiera encantado sacar la camaruca, decir ¿puedo? y disparar sin esperar la respuesta ni la pose digna, y ponerla aquí junto a ésta. Pero no me atreví. Mientras escribo esto trato de decirle que no a la cama que me llama a gritos (me levanto fatal de las siestas), y trato de encontrar interesantísima una película sobre una chica que quiere vivir la vida porque cree que va a morir en una semana. Pero la cama está ya a grito pelado. Creo que voy a calmarla un ratillo. Ñññas tardes...
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