Cada día hay más señales de que soy una perfecta acémila recalcitrante en esto de pretender que otro mundo es posible bla bla.
Llevo meses retratando periódicamente esta escena ¡y esperando que algún día concuerden las horas de estos relojes!
Llevo toda la vida esperando que la humanidad entera (o al menos una parte significativa de ella; o al menos la parte que me toca cerca) se percate de que poner unas pilas o darle vueltas a una tuerca es un sencillo gesto que trae grandes beneficios. Máximo rendimiento con mínimo esfuerzo. Una ley que la naturaleza erróneamente clasificada como "no pensante" (animales irracionales, vegetales y minerales) cumple con gran éxito de crítica y público desde la noche de los tiempos.
En Madrid hay muchos relojes. Menos de una milésima de los que hay en otras ciudades europeas (donde los millones de ellos que las pueblan están siempre en hora como es su naturaleza), bien es cierto, pero, aún así, muchos. Sólo tres marcan la hora que es: el de la Puerta del Sol (imagen de España que supongo que también le importaría un carajo a sus responsables si no hubiera que tenerlo engrasadito para un directo anual), el del Banco de España (el día que deje de marcar la hora puede cundir el pánico y empezar a arrojarse la gente por las ventanas, por razones obvias), y el de la Telefonica que aquí véis a la izquierda (-Telefonica, así sin acento en la o, como figura en su imagen corporativa, manda huevos- que supongo lo han nombrado reserva espiritual de la compañía porque es lo único que funciona bien en ella).
Y yo sigo dale que te pego con...
Ay.
Que sí, que me rindo.
¡Pero si hasta los suizos se han rendido hace rato!
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