
Las letras de bronce de este cine de Gran Vía ya nunca más volverán a verse. Ojalá las huellas que han dejado no sea capaz de borarrlas nadie. Es el cine Avenida. Era. Fue durante muchas décadas.
En su lugar van a hacer un centro comercial. Ojalá los fantasmas de sus carteles de 10 metros emborronen cada noche los luminosos de las marcas invasoras.
Contiguo a éste hay otro cine. Había. El Palacio de la Música. Los dos acaban de morir.
Éste era hoy el lugar donde miles y miles y cientos de miles de personas han hecho largas colas para ir a soñar los sueños que no podían vivir por miles y miles y cientos de miles de razones.

El Palacio de la Música lo compró un banco.
Da dolor pasar por ahí. Los fantasmas de los sueños llenan las aceras, y la banca y la prensa se abren paso a codazos hasta dárselos mutuamente, y yo me quedé atrapada entre todos ellos y sólo puede disparar. Mis disparos nunca hacen pum. Pero hoy sí. Concretamente chis-púm. Textualmente. Me eché a reir al ver la alegre sombrilla de encaje y seda que con voz muy queda me decía: "Terapia, nena. Repite cien veces: I love Madrid... pese a la política municipal".
Luego, mientras me colaba entre los papeles que hablaban de cine (curioso y paradójico escaparate el de este quiosco) y los andamios del cine que ya no es cine, dejé de reirme, porque los fantasmas volvieron a la carga. Recordé lo que me dijo hace muy poco un ex-infante el día que se publicó "Ayer el Palacio de la Música proyectó su última sesión de cine". Me dijo: "Allí vi El séptimo sello, El gatopardo, Los diez mandamientos... Cuando he leído esta noticia algo se ha roto dentro de mi. Cuántos días y cuántas horas habré estado haciendo colas a su puerta...".
En fin. XXX
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Unos metros más allá volví a disparar. Esta vez al aire. Esta vez para ver si asustaba a los fantasmas de una maldita vez.
¡Esta ciudad me pone del revés!
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