Esta mañana ha llegado mi churumbela en visita casi relámpago. ¡Qué jartá de achuchones!
La criatura miraba las nubes que amenazaban con dejarnos sin sol. Yo enchanté de la vie, pero ella juraba en arameo, y decía que las lleva de sombrero, que la siguen allí a donde va, y que no vuleve uno a la tierra para esto.
Sólo fue una amenaza. Tuvimos sol, aunque calentaba poco. O sea, perfecto (para mí). Hicimos mil planes. Pero finalmente sólo hicimos... una tortilla de patatas. Y mucha charlita. Mucha, y muy rica. Igual de rica que con una amiga del alma, pero con el añadido de que es una suerte bastante esquiva esto de empatizar a ciertos niveles con los esquejes. (Alguna suerte me toca. Pocas, pero buenas, hay que reconocerlo). Sé que hay padres a los que les... les... les molesta, vaya, que sus hijos se conviertan en sus padres. A mí me fascina. Y como además de otras manifestaciones paternales (o maternales) se dedicó a hacer planes, y no hay nada que me guste más en la vida que un "tranquila, cariño, ya me ocupo yo", y no se me ha dado nada bien este objetivo, flipé hasta decir basta.
Plan de la tarde (caídos ya por la charleta el cine y otros cuantos): visita al templo de Debod para ver la puesta de sol.

El rincón madrileño favorito de mi niña. 40 años hace que lo salvaron de ser anegado por la presa de Asuán (¡y me acuerdo perfectamente del episodio, qué horror. Qué horror que me acuerde perfectamente, digo). Me comentaba mi esqueje que hay amigos que le dicen que es difícil pasear con ella porque se para a cada rato para hacer fotos. Sabía de qué me hablaba. Así que, conflicto cero. Las dos como dos locas desatadas cada una con su camarita siguiendo las evoluciones del sol sobre el horizonte, sobre el templo, sobre la Plaza de España, y cuando nos encontrábamos bajo el vuelo rasante de los murciélagos (¡millones!) yo me dedicaba a retratar al fotógrafo que retrataba a mi niña que retrataba a otro fotógrafo que retrataba el templo. Y así.
Luego ella se fue a sus "quehaceres". Y al ratito recibo un mensaje suyo que me dice que salga a ver el eclipse de luna. Llevo días desconectada del mundo, así que no tenía ni idea del acontecimiento. Salí disparada. Con la cámara, claro, aunque...
Efectivamente. La prima de mi vieja Lady Smith no vio un carajo. Pero yo sí. Tan embobada estaba que unos vecinos que salen cada noche a tomar el fresco (hoy eran abuela, hija, nietos y perrito) me preguntaron qué miraba. Les dije que el eclipse. ¿El quéee? Ya que mi cámara estaba ciega, o sea muda, les expliqué yo en qué consistía la cosa. Lo escucharon sin mucho entusiamo (¡si Lorca levantara la cabeza se ponía a reescribir el Romancero Gitano pero ya! Por el cielo va la luna con su polisón de nardos... ay).
Pero los niños, que aún se entusiasmaron menos con la lección de astronomía, decidieron sin embargo que ya tocaba pedirle unas foticas a la vecina (lo hacen periódicamente; mañana vendrán a pedirme que se las dé. Les contaré que no puedo si no tienen un e-mail. Me pedirán caramelos o unas flores para eneterrar cristianamente a su pececillo muerto... etc.). Eso será mañana. Hoy tocaba posar.
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