Lo normal es que cuando hace calor, la sombra de un árbol sirva de poco alivio. En Madrid no. La línea que separa el sol de la sombra es como la cortina de aire de las puertas siempre abiertas de algunas tiendas.
Con la lluvia pasa lo mismo. En Galicia llueve, y llueve (y ya si es en la Plaza del Obradoiro llueve de arriba, de abajo y de los cuatro costados). Aquí no siempre. Esta escena es de lo más habitual. Si te quedas debajo de un arbolito (o de una moto, sin ir más lejos), pues lo mismito que si te metes en un bar. A veces incuso, y sin precarios obstáculos entre el cielo y el suelo, llueve en la mitad de una calle y está seca la otra mitad. Hasta las parejas visten adecuadas a tan peculiar climatología, como podéis ver en la aquí presente. Por cierto, la señora del señor de amarillo vuelve la mirada hacia una barbería que tiene una historia de sincronicidades que cuajó diez segundos después de disparar esta foto. Pero esa es otra historia.
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