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Hay que ver lo poco que necesitan algunos para ser felices: una caja de cartón, una cocina de leña y vivir en casa de Manuela de Olveira; claro que eso no está al alcance de cualquiera. Quién se lo iba a decir hace unos meses al bueno de Fermín, cuando se desgañitaba a la puerta de la iglesia sin que no le hiciese caso ni dios. Hasta que llegó ella y se lo llevó a casa, por supuesto.
Cocinan para él, lo tienen limpio y despulgado, recibe mimos de todo el mundo... ¿Se puede pedir más? Pues sí, tener una compañera que comparta la caja con él. ¡Ay, Lunita, qué linda eres! Si no fuera porque ni Fermín ni el resto de la familia me lo perdonarían jamás de los jamases, te robaba ahora mismito.
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Y a mí todo esto me hace preguntarme qué carallo de favor nos hizo el progreso. Con lo felices que éramos antes viviendo como nos daba la gana, sin tener que rendir cuentas a cuarenta organismos oficiales.
Antes, y no hace tanto, si querías perderte en un monte, hacerte una choza y vivir allí como mejor te pareciese, podías, y a nadie le importaba. Ahora te aparecerían los de la Comunidad de Montes a cobrarte peaje; los de Patrimonio, porque las cuatro piedras que has cogido para que no te vuele el plástico que te sirve de techo resulta que son de un castro; los de Medio Ambiente porque las raíces de las que te alimentas son de una especie endémica en la región de altísimo valor ecológico; los de Sanidad, porque tu choza no cumple los mínimos exigidos; los del Concello a cobrarte el IBI, la contribución, el agua y la recogida de basuras que no tienes... Ah, bueno, por no hablar de los satélites espías y toda esa vaina.
En fin, que en vez de hacer operaciones de cambio de sexo van a tener que promocionar las operaciones de cambio de especie animal. Yo me pido ser gata de Manuela de Olveira. Me parece que ya lo había dicho en otra ocasión, ¿no? Pues me reitero. .
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