...El amor es una barca con dos remos en el mar un remo aprieta mis manos el otro lo mueve el azar...
Nunca había pensado en la letra de esta canción hasta que en nuestro último encuentro en Tallo Redondo se nos dio por cantarla ( bueno, quizás se me dio a mí más que a nadie porque iba a tono con la afonía que tenía y tengo aún, conste). Cuando eres joven y te enamoras, padeces esa enfermedad entre cuyos síntomas se encuentra el que todas las canciones de amor van dirigidas exactamente a ti y sólo a ti ..., se te cae el moco al oírlas y sientes que un nudo se te pone en el estómago si el objeto de tu amor no está a la altura de tus expectativas, es decir que si el susodicho o la susodicha no te hace caso, sufres amargamente la derrota aunque quizás vuelvas a la batalla una y otra vez, dependiendo del empecinamiento de cada cual. Bendita juventud, aquella época en la cual nada ni nadie se nos resistía ni se nos hacía cuesta arriba a pesar de que todo lo sufríamos mucho más... Hoy parece que estamos resignados a todo lo que nos ha tocado, que hemos elegido o que tenemos a nuestro alrededor..., las ansias de cambiar algo han desaparecido como por arte de magia y sobre todo aquellas que hacen referencia al cambio propio, al personal, a ese que no depende de nadie mas que de nosotros mismos y nuestra mismisidad. Dicen que es cuestión de hormonas y juro que me lo creo porque siento sus efectos devastadores demasiado cerca, pero me niego a creer también que sea imposible escapar a los veleidosos efectos de la bioquímica de nuestro organismo y no tengamos nada que hacer frente a los temporales emocionales que nos bambolean a diario... Ya hemos escogido compañera o compañero hace tiempo, algunos más de una vez, o no, pero seguimos insatisfechos deseando que el objeto de nuestro amor sea la perfección personificada y colme todas nuestras ansias de plenitud. Queremos que sea un compañero en las tareas del hogar, un gran conversador, comprensivo, fabuloso en la cama, un ser cariñoso que nos mime siempre e incondicionalmente, que pasee con nosotros a todos los lugares que queremos ir, que comparta el mismo libro que tanto nos gusta, que se venga de compras o que nos acompañe al cine a ver esa película lacrimógena que tanto odia y nosotros reverenciamos... Eso nunca ocurre y cuando ocurre, no es verdad. ¿Por qué amargarnos la vida si hay miles de posibilidades de que se nos amargue solita? Amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende. Cada día lo practicamos como si buscásemos una matrícula de honor. A diario pensamos que todo es blanco o negro, que no hay términos medios, que el resto de colores del arco iris no existe, que sólo hay una verdad absoluta: la nuestra y que el resto de los mortales y mortalas no tienen nada que aportar a nuestra existencia, ni tan siquiera cuando su aportación resulta ser una visión crítica y constructiva acerca de nosotros mismos y nuestras circunstancias y proviene del compañero o compañera que lleva añísimos a nuestro lado, nos conoce bien y tiene todo el derecho del mundo a procurar nuestra felicidad y la suya propia... ¿Por qué lo hacemos?, ¿por qué somos tan exigentes e intransigentes?, ¿por qué no escuchamos?, ¿Por qué ahora, de repente, resulta que nadie nos comprende? y el que menos nuestro compañero de piso, de enfermedades, de facturas, de cama, de hijitudes... ¿en qué lugar de nuestro ADN está escrito que tenemos que ser así?, ¿dónde nos han enseñado a tirar por la borda los besos, los recuerdos, los abrazos, los sueños,los sudores, tantos esfuerzos... las vivencias compartidas y a espejismarnos con el primero o la primera que nos hace caso con respecto a esa, esta o aquella cuestión?.
El amor no es un sentimiento, quizás es una actitud.
... Amores se van marchando como las olas del mar amores los tienen todos pero quién los sabe cuidar...
|