Una noche lluviosa como otras muchas. Mi abuelo entrando por la puerta y, como otras tantas veces, mojado hasta los huesos. Y un consejo repetido… tú, de mayor, intenta no mojarte. Búscate un trabajo en el que no tengas que mojarte. Que esto no puede ser nada bueno….
A día de hoy, creo que puedo, muchas veces, trabajar sin mojarme. Y también convivir, aunque en ocasiones mojándome. Con los más míos y, también a veces, con los menos. En los que me apoyo y a los que apoyo. Y que, casi siempre, son yo mismo.
Así, todo va bien…. pero debo advertir un par de salvedades. Y es que siempre hay, rodeándome, preguntas, pretextos, intenciones, causas, sentimientos, efectos… Que me procuran disputas varias, las más de las veces conmigo mismo. Y además, uno tiende a ver en el aire sueños de nubes, flores de color imposible, días llenos de amanecer… o primaveras que se dibujan en el suelo. Lo cual, como se puede deducir dado la edad que vamos teniendo, puede lindar con lo inútil, cuando menos.
Pero el caso es que son estas salvedades las que me mojan de verdad. Sin quererlo, a traición. E intuyo que, de alguna manera, me definen. Empezaron a hacerlo, sospecho, allá por los 14 años, más o menos. Y desde entonces conviven conmigo, a veces de forma tormentosa, y otras muchas de forma bastante menos apasionada. Pero siempre están ahí, en lo común de todos los días. En un horizonte que de común es, a veces, también de todos.
Estas salvedades son presencias. Son nombres que se confunden con miradas, con palabras, con gestos que perviven. Con complicidades, sorpresas, y ejemplos quién sabe si de algún porvenir. Nombres de afectos inocentes y sinceros, como no puede ser de otra manera a esa edad. Nombres de sentimientos con alas que se elevan sobre el tiempo… Y esas presencias son, entre algunas otras, las que hoy andan por aquí. Las que me invitan de nuevo a compartir mesa y papel. Las que siguen empeñadas en el espacio común de una mano amiga. Aunque el espacio sea virtual. Espacio que, aunque virtual, se hace día a día natural.
Todos cambiamos. E intuyo que, cada uno personalmente, tendría problemas en reconocer el tiempo de otro lugar. Yo, el primero. Pero a mi, el tiempo de ese lugar me empapó hasta los huesos, como a mi abuelo su tiempo. El tiempo de los nombres y de las presencias necesarias. Que se beben a diario en tónicas que, por ser de todos, quizás no son ya de nadie.
Salvedades, agua, presencias, lugares,… Gracias en y por este espacio libre. Que comparte lo heterodoxo y, a veces, lo natural. Y en el que, a fuerza de decir, todo acaba insinuándose…y, a veces, entendiéndose. Y que no deja de mojarme, al menos un poco. Casi como a mi abuelo.