A nadie se le ocurrió pedirnos permiso. Casi pareció que no teníamos nada que ver con ella. Como si hace ya muchos siglos no nos la hubiesen puesto ahí los romanos para que por la noche pudiésemos vivir. Como si alguien pudiese dar pábulo a toda esa fábula de un faro del Finisterre en un tiempo en el que todavía no había, casi, navegación. Y claro, ahora andan por ahí diciendo que, a veces, se oyen extrañas voces que parecen venir de detrás de la cárcel.
Sé que todos somos muy olvidadizos. Pero me es difícil pensar que muchos hayan olvidado que ese faro lo pusieron los romanos para los niños de Monte Alto. Para la gente de Monte Alto, sí; esa gente que pasa la vida por esas calles retorcidas por el viento de algunas locuras y por las cuestas de la vida. Como la pasamos muchos de nosotros. Para esa gente llena de tantos sueños que ella comenzó a alumbrar. Como Bebel "el de la lejía", que dejó de soñar en "O campo da rata", allá por 1936. O para esos niños a quienes permitía seguir jugando cuando venía la noche y ya el fútbol se había agotado. Como Luisito Suárez, que llevó el barrio a Barcelona, Milán… y tantos otros sitios. O para todos aquellos a quienes acompañó honestamente en sus vidas por lugares llenos de miedo y angustia. Como a Joaquín González "O panadeiro", incansable luchador en la honradez y por la igualdad; ex-maquis, ex-presidiario y ex- tantas cosas. O incluso para todos a quienes susurró melodías y palabras con las que regalarnos alguna alegría. Como a C. A. Molina, el ministro intelectual conocedor de lo que importa,.. o Xurxo Souto, "o noso cativo" intelectual que dignificó el barrio desde la modernidad…
A diferencia de otros barrios de la ciudad, nunca nos negamos a compartir lo que, a veces, nos faltó. Nunca tuvimos envidia de todo lo que había más allá de Zalaeta. Quién quiso pudo venir a bucear al Club del Mar, o a cantar a la "Coral Polifónica Coruñesa", o incluso a jugar al Marte F.C. o al Sporting Coruñés. Por todo eso habríamos estado de acuerdo en que la Torre fuese de todos. Pero no nos preguntaron. Y decidieron por nosotros. Y ahora se preguntan por qué, de vez en cuando, se oyen voces que parecen venir de la colina de detrás de la cárcel. Y a nadie se le ocurre pensar que es el grito resignado del barrio al que se le quitó su faro. Que recuerda que Monte Alto tuvo una referencia propia. Y que, por suerte para los demás, también es hoy de ellos. Pero insisto, deberían habernos pedido permiso.
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