"Juego de niños que consiste en llevar un tejo empujándolo con un solo pie, llevando el otro levantado, sobre varios cuadros dibujados en el suelo, procurando no pisar las rayas y que la piedra no se pare sobre ellas".
Mis hermanas y las amigas de mis hermanas llamaban a este juego Mariola, pero no la busquéis en el diccionario porque no aparece. Encontramos en su lugar la palabra Rayuela. (Los machos nos entreteníamos con juegos más brutos como el "huevo, pico o araña", "el chorizo", o más técnicos como "el che" o "la billarda").
Rayuela es también la mejor novela de Julio Cortazar, el Gran Cronopio, y a su vez una de las más importantes del boon latinoamericano. Si alguien me preguntara cuál es la novela más trascendente, la que más me ha marcado, sin lugar a dudas contestaría Rayuela. Es una novela que no toma al lector por tonto, no se lo da todo mascado; el lector se implica de forma activa aunque solo sea para elegir alguna de las propuestas para leer la novela.
Podemos leerla al modo tradicional, perogrullada al canto, empezando por el principio y terminando por el final. O viceversa. O saltar de un capítulo a otro aleatoriamente. También podemos, y es mi forma favorita, dejarnos aconsejar por el mismísimo Cortazar y hacer uso del índice de capítulos que pone a nuestra disposición. Como curiosidad, decir que si seguimos esta secuencia nos quedará sin leer el capítulo 62, capítulo en el que está basado su novela "62, modelo para armar".
Me dispongo a leer Rayuela una vez más y usaré su índice de capítulos con un añadido, el jazz.
En pocas novelas hay tal fusión de literatura y jazz como en esta, tanto por su estructura anárquica como por ser un viaje por este tipo de música a través de sus capítulos 10 al 18, amenizadora de los sentimientos, estados de ánimo y discusiones de los integrantes del Club de la Serpiente.
Me dispongo, pues, a releerla escuchando en su momento la melodía que toque, y nunca mejor dicho.
Hay un disco, editado en el 2001, de nombre "Jazzuela", en donde están todas las canciones que aparecen en la novela, con intérpretes como Louis amstrong, Dizzi Gilespie, Coleman Hawkins o Bessie Smith entre otros. Para gozarlo.
Un ejemplo en el capítulo 10:
Las nubes aplastadas y rojas sobre el barrio latino de noche, el aire húmedo con todavía algunas gotas de agua que un viento desganado tiraba contra la ventana malamente iluminada, los vidrios sucios, uno de ellos roto y arreglado con un pedazo de esparadrapo rosa. Más arriba, debajo de las canaletas de plomo, dormirían las palomas también de plomo, metidas en sí mismas, ejemplarmente anti-gárgolas. Protegido por la ventana el paralelepípedo musgoso oliente a vodka y a velas de cera, a ropa mojada y a restos de guiso, vago taller de Babs ceramista y de Ronald músico, sede del Club, sillas de caña, reposeras desteñidas, pedazos de lápices y alambre por el suelo, lechuza embalsamada con la mitad de la cabeza podrida, un tema vulgar, mal tocado, un disco viejo con un áspero fondo de púa, un raspar crujir crepitar incesantes, un saxo lamentable que en alguna noche del 28 ó 29 había tocado como con miedo de perderse, sostenido por una percusión de colegio de señoritas, un piano cualquiera. Pero después venía una guitarra incisiva que parecía anunciar el paso a otra cosa, y de pronto (Ronald los había prevenido alzando el dedo) una corneta se desgajó del resto y dejó caer las dos primeras notas del tema, apoyándose en ellas como en un trampolín. Bix dio el salto en pleno corazón, el claro dibujo se inscribió en el silencio con un lujo de zarpazo. Dos muertos se batían fraternalmente, ovillándose y desentendiéndose. Bix y Eddie Lang (que se llamaba Salvatore Massaro) jugaban con la pelota I'm coming, Virginia, y dónde estaría enterrado Bix, pensó Oliveira, y dónde Eddie Lang, a cuántas millas una de otra sus dos nadas que en una noche futura de París se batían guitarra contra corneta, gin contra mala suerte, el jazz.
— Se está bien aquí. Hace calor, está oscuro.
— Bix, qué loco formidable. Poné Jazz me Blues, viejo.
— La influencia de la técnica en el arte —dijo Ronald metiendo las manos en una pila de discos, mirando vagamente las etiquetas—. Estos tipos de antes del long play tenían menos de tres minutos para tocar. Ahora te viene un pajarraco como Stan Getz y se te planta veinticinco minutos delate del micrófono, puede soltarse a gusto, dar lo mejor que tiene. El pobre Bix se tenía que arreglar con un coro y gracias, apenas entraban en calor zás, se acabó. Lo que habría rabiado cuando grababan discos.
— No tanto —dijo Perico—. Era como hacer sonetos en vez de odas, y eso que yo de esas pajoterías no entiendo nada. Vengo porque estoy cansado de leer en mi cuarto un estudio de Julián Marías que no termina nunca.