. Aperos de soledad, objetos que también enfermaron, envejecieron y se paralizaron por respeto a sus dueños, quedando ya sólo como vagas presencias.
También ellos merecen respeto, el respeto de la observación, la parada para percibir con claridad esa atmósfera que fue el espacio vital de quienes compartieron morada con ellos. No sería imposible que, a determinadas horas, como un eco, oyésemos secuencias de la vida de esos moradores.
.

|